En la plática que tuvo el Papa este martes con los periodistas que viajan con él, Francisco dijo que cuando el 17 de diciembre pasado se anunció la conclusión del proceso reservado de negociaciones entre cubanos y estadounidenses, donde El Vaticano jugó un papel central como facilitador, reflexionó: “Voy a entrar a Estados Unidos por Cuba, y la elegí por este motivo”. Para entonces, ya había una ruptura con el gobierno mexicano. La jerarquía católica había tomado partido en el tema de Ayotzinapa.
El 22 de diciembre, Christophe Pierre, el nuncio apostólico, que es equivalente al cargo de embajador, ofició la misa de Navidad en la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, donde afirmó: “La Iglesia camina con ustedes. Lo peor cuando uno sufre es sentirse solo. Yo sé que ustedes no están abandonados. ¡Estamos con ustedes! ¡También el Papa está con ustedes!”. No fue casual la toma de posición en El Vaticano. En sucesivos viajes a Roma, los prelados mexicanos hablaron en la sede pontificia sobre lo que estaba sucediendo en Iguala y en varias partes del país, donde los sacerdotes estaban siendo extorsionados por el crimen organizado sin que tuvieran respuesta y apoyo del gobierno federal. Peor aún, el presidente nunca se había dado tiempo para hablar en privado con la jerarquía eclesiástica; en Los Pinos nunca les dieron cita.
La posición de El Vaticano no debía haber sido una sorpresa. El 4 de noviembre, la arquidiócesis de México dio a conocer la carta que habían enviado a “los familiares de los que perdieron la vida y los desaparecidos de Ayotzinapa”, que decía de arranque: “No dejen que les arrebaten la esperanza que todos los seres humanos necesitamos para superar nuestros sufrimientos. La esperanza empuja a seguir luchando, a seguir viviendo con dignidad, a seguir trabajando por un mundo mejor”. Era preámbulo de lo que venía. La primera secuela en Roma de lo que estaba pensando El Vaticano sobre el gobierno del presidente Peña Nieto y el crimen en Iguala, fueron dos artículos críticos al gobierno mexicano por la desaparición de los 43 normalistas, publicados en L’Osservatore Romano, el órgano oficial de la Iglesia católica.
Y las razones por las cuales ha decidido venir las explica de la siguiente forma:
El Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina, el profesor uruguayo Guzmán Carriquiry, ha conversado con ACI Prensa sobre la importancia de este viaje y asegura que los Pontífices se sienten especialmente atraídos por México.
1.- El amor del Papa por América Latina
“Es obvio que Jorge Mario Bergoglio (el Papa) es porteño, argentino, mercosureño y latinoamericano. Es hijo de su pueblo. Es ciudadano de su Patria grande. Pero desde su elección a la sede de Pedro se ha convertido en Pastor universal”, dice el profesor.
Esto es algo que “testimonia en su ministerio” por lo que “no ‘privilegia’ América Latina”. “Ni siquiera ha viajado a la Argentina en sus primeros tres años de pontificado”, recuerda.
2.- La Virgen de Guadalupe
“El pueblo de Dios en México –prosigue– ha recibido muchos dones de la Providencia de Dios. El mayor ha sido la ‘nueva visitación’ de la Santísima Virgen María, presentándose como Nuestra Señora de Guadalupe. Ella se aparece al indio Juan Diego con la mirada de Dios misericordioso. Es Madre de misericordia, que dona su Hijo, el Verbo hecho carne, en la gestación dramática del pueblo mexicano, de los pueblos del Nuevo Mundo. Y los acompaña con su compasión y ternura durante todo su caminar histórico”.
“A Ella se le confía todo el viaje apostólico, Ella va a guiar al Papa Francisco de la mano, como lo hizo con San Juan Pablo II y el Papa Benedicto. Ella le va abrir el corazón de sus hijos. Su intercesión es muy potente para bien de nuestros pueblos y de toda la Iglesia Católica”.
En definitiva, el Papa “va ciertamente a México para confirmar a los mexicanos en la fe católica”. “Éste es el más precioso tesoro que han recibido, cuya perla preciosa es Jesucristo”, afirma.
3.- El Jubileo de las Misericordia
“Este Jubileo extraordinario de la Misericordia es el tiempo propicio para invitar a todos los mexicanos a la conversión: reconocer el propio pecado –pecado de indiferencia, de descuido de la fe recibida, de violencia, de falta de solidaridad con los que sufren la exclusión y los caminos padecidos de la migración– para volver a Cristo, para volver a encontrarlo personalmente, en familia, en la construcción de un pueblo de hijos y hermanos”.
“El Papa es bien consciente de los graves problemas que afronta México: el veneno corruptor del narcotráfico, la violencia desencadenada, los desequilibrios entre zonas de gran desarrollo económico y tecnológico y vastas áreas de atraso y miseria, la escandalosa desigualdad entre enormes concentraciones de riqueza y muchos de sus hijos sumidos en condiciones de exclusión y constreñidos a la migración dejando sus familias y terruños”.
Sin embargo, “México es mucho más que sus males. Es un gran país, es un gran pueblo que tiene que ponerse de pie y asumir tareas muy desafiantes. La Iglesia ciertamente denuncia todos esos males, pero no queda homologada en el coro de denuncias. Llama a la conversión”.
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